jueves, 21 de julio de 2011

La Verdad

El problema surge cuando descubres una verdad y ésta te hacer ver un poco más la realidad que nos atenaza.

A veces pienso que no estoy preparado para ciertas cosas. Que aunque las vea y sepa que están ahí y son verdad, me niego a ver. Me autoengaño. Quiero pensar que las cosas no son como son o que con el tiempo cambiarán a mejor, pero nada, nunca, cambia a mejor, si no hacemos algo para que suceda.

Cuando descubres esa verdad, incluso una pequeña parte de ti niega la evidencia más evidente (perdón por la redundancia), porque en realidad no queremos que sea cierto y nos aferramos a la mínima esperanza (aunque sepamos que no exista) de que las cosas serán de otra manera.

De todas formas ese autoengaño es el que nos hace seguir adelante. Como dijo Bucay en su cuento la tienda de la verdad:


LA TIENDA DE LA VERDAD:

El hombre estaba sorprendido. Pensó que era un nombre de fantasía, pero no pudo imaginar qué vendían.
Entró.
Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó: «Perdón, ¿esta es la tienda de la verdad?».
-Sí, señor. ¿Qué tipo de verdad está buscando? ¿Verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa?
Así que allí vendían verdad. Nunca se había imaginado que aquello era posible. Llegar a un lugar y llevarse la verdad era maravilloso.
-Verdad completa --contestó el hombre sin dudarlo.
«Estoy tan cansado de mentiras y falsificaciones», pensó.
«No quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños ni fraudes.»
-¡ Verdad plena! -ratificó.
-Bien, señor. Sígame.
La señorita acompañó al cliente a otro sector, y señalando a un vendedor de rostro adusto, le dijo: «El señor le atenderá». El vendedor se acercó y esperó a que el hombre hablara. -Vengo a comprar la verdad completa.
-Ajá. Perdone, pero, ¿el señor sabe el precio?
-No. ¿Cuál es? --contestó rutinariamente. En realidad, él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad.
-Si usted se la lleva -dijo el vendedor- el precio es que nunca más volverá a estar en paz.
Un escalofrío recorrió la espalda del hombre. Nunca se había imaginado que el precio fuera tan alto.
-Gra... gracias... Disculpe... -balbuceó.
Dio la vuelta y salió de la tienda mirando al suelo.
Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la verdad absoluta, de que aún necesita¬ba algunas mentiras en las que encontrar descanso, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas justifi¬caciones para no tener que enfrentarse consigo mismo...
«Quizá más adelante», pensó.

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